EL CALABACÍN
Érase que se era, en un lugar de Castilla cuyo nombre si quiero acordarme un calabacín que nació en 1999 y qué quiso bajarse de su mata y recorrer el mundo.
Con su hatillo lleno de historias, cuentos, pinturas, hojas, estaribeles, recuerdo, imágenes, cachivaches y piedras comenzó a caminar por los pueblos de Valladolid. Poco a poco, pasito a a pasito (suave, suavecito…) llegó a recorrer toda Castilla llegando incluso más allá de sus fronteras.
Le llaman El Calabacín Errante y sus andanzas son muchas. Durante todo este tiempo ha sido acompañado por amigos y amigas que han hecho el camino más alegre, fácil, enriquecedor, dulce y un poco canalla. Ha conocido lugares maravillosos, patios de coles, pueblos increíbles, ciudades llenas de secretos, fiestas, mercados, bibliotecas, bosques y riberas.
Ha coincidido con gente estupenda con la que ha creado, trabajado inventado, compartido y celebrado. Y con un cocinero ¡El mejor! Que le ha enseñado a disfrutar de las cosas buenas de la vida.
El Calabacín se levanta cada día con ganas de crear, viajar, transmitir, con el espíritu libre y una inmensa energía…..pero con el bolsillo a medio llenar y los caminos llenos de piedras.
Pero no se da por vencido y año tras año recorre esos senderos y aparta las piedras. Y aprende, busca y rebusca, conoce nuevos compañeros de viaje y construye. Con la intención de difundir la cultura por medio de procesos del aprendizaje colectivo lleno de color. Donde los protagonistas son los niños y niñas, las familias, el medio rural (cuanto más pequeño mejor) y el medio urbano (cuanto más barrio mejor). Donde crear, imaginar, inventar, charlar, intercambiar, jugar, investigar, okupar, saltar, interpretar, respetar, experimentar y pasarlo bien son la base para comprender nuestro mundo, amarlo y cuidarlo.
Junto con él, son muchos los que han decidido coger esas piedras del camino y construir con ellas. Construir, al igual que se construyeron las catedrales, con firmeza, poquito a poquito, un acueducto que durará miles de años y llevará la cultura y la educación, como una corriente de agua, a todos los rincones de nuestros pueblos y ciudades. De esta manera todos y todas podrán beber de esta agua, aunque sea, un chorrito con las manos.